Merece la pena ver este vídeo.
Todo empezó en una pequeña iglesia de León que un grupo de niñas
utilizaba como gimnasio. De todas ellas llamaba la atención la más
diminuta. Hija de padres sordos, Carolina Rodríguez emocionaba por una
expresividad nacida de un hándicap que supo convertir en don para su
gran pasión, la Gimnasia Rítmica. Tras retirarse y volver, con un
tobillo maltrecho y con una edad inusual para una gimnasta, 25 años,
Carolina tenía un reto. Clasificarse para los JJ.OO. de Londres o
aceptar que se acercaba el final de su carrera.
¡Mucha suerte Carolina! Estamos contigo.
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